Sueño.

(Del lat. somnus).

1. m. Acto de dormir.

2. m. Acto de representarse en la fantasía de alguien, mientras duerme, sucesos o imágenes.

3. m. Estos mismos sucesos o imágenes que se representan.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Satán va en un Buick Sedanette

No es un demonio rojo con cola, es un tipo con sombrero y traje gris, pero tu sabes que es Satán y lleva un Buick modelo Sedanette.
 - ¿Te llevo a algún sitio? - Te dice
Sin ni siquiera contestar te ves dentro del coche rumbo a ninguna parte; aparecéis en viveros, pero dentro están construyendo algo, una especie de megaloestructura oscura y metálica. Hay unas niñas en la puerta y os preguntan qué vías de tren son las que tienen que tomar. De pronto ves como aparecen unas vías férreas en el suelo. Le señaláis hacia delante los dos a la vez. Una de las niñas se tropieza de camino, pero se levanta rápidamente.

Satán lleva un Buick modelo Sedanette y entra con él en viveros. Hay un mercadillo bajo la mega-carpa-metálica. Todo el mundo parece aceptar sin problemas la presencia del maligno a tu vera. Menos un vendedor de kebab que pone los ojos en blanco y reza.

Te despiertas

domingo, 17 de noviembre de 2013

La persecución

Apareces de pronto en una construcción enorme que se extiende durante kilometros. Dirías que es una especie de edificio al modo Expo 92, completamente desierto, te atreverías a juzgarlo abandonado si no fuera por el buen estado en el que se encuentra. Blanco, impoluto, limpieza como de pesadilla.

Unas vigas metálicas vertebran el edificio, a tu izquierda se encuentran las ventanas, son unas placas que ocupan toda la pared externa de forma que todo lo de dentro se ve desde fuera y viceversa, pero una especie de luz ígnea te impide ver qué hay fuera. A tu derecha un pasillo metálico de rejilla que permite entrever qué hay abajo: solo pisos y más pisos de distribución homóloga al que pisas. Después del pasillo un enjambre extraño de cubos recubiertos de madera contrachapada que van del suelo al techo.

Andas unos pasos y entonces escuchas un ruido metálico que viene de abajo. Rápidamente reconoces ese sonido como unos pasos de alguien corriendo. Sube por tu espina un escalofrío, esos pasos no han sido sino un consejo. Corre.

Corres hacia el enjambre de cubos y descubres que es mucho mas frondoso de lo que imaginabas. Escuchas el acalorado galope del otro mientras decides que camino elegir, entonces lo ves pasar por delante de ti cruzando entre cubos a muchos metros de donde te encuentras, y en ese momento, ciencia infusa, lo sabes: Es una persecución. Lo que no sabes es si eres el perseguidor o el perseguido.

Corres, sin saber si huir o si buscarle, pero corres de todos modos. Sabes que el error sería, ahora, quedarse quieto. Corres por ese bosque de cubos y alguna vez ves a ese otro pasar como una ráfaga por delante de ti, cruzando de cubo a cubo a varios metros de ti.

Cada vez notas los pasos más cerca. No sabes que has de hacer cuando lo veas. No sabes quién es, ni cuánto lleváis corriendo, ni por qué estáis allí.

Coges el siguiente cubo a la derecha y lo ves corriendo a unos metros de ti en la misma dirección. Pelo corto, chaqueta y pantalones negros, zapatos de vestir también oscuros. No sabes si deberías dar la vuelta o si deberías acelerar para agarrarlo. Entonces te quedas quieto. Y él para también.

Te despiertas.

sábado, 13 de julio de 2013

Dos sueños.

Hoy he soñado dos cosas puesto que he dormido en dos intervalos:

1.- Conocía a un perro que cuando se ponía contento achinaba los ojos y sonreía muchísimo.

2.- Mi madre entraba en casa diciendo ¡Mirad quién ha venido! y detrás de ella estaba mi abuela, pero no mi abuela tal como se suponía que tenía que ser sino mi abuela tal como la conocí yo con cinco años, mi abuela rejuvenecida; puede que incluso más joven que como yo la recuerdo de niña. Yo empezaba a asustarme mucho: mi abuela había muerto hacía dos meses.

domingo, 23 de junio de 2013

La Prueba

Miras a tu alrededor y parecen los años cuarenta. O los años setenta. Hay una especie de mezcla. Aunque sabes que sigues estando en la época actual.

Estás en un supermercado y las trabajadoras llevan peinados y atuendos más característicos de modas de otrora. En las estanterías casi lo único que ves son cajas como de cereales y latas de sopa. Vas avanzando lentamente por los pasillos apoyado en tu carrito, llevas sombrero y gabardina y estás esperando a alguien, alzas la vista y

Apareces en un bar, una taberna oscura con música descorazonadora. Ventilador en el techo y borrachos en la barra. Estás en una mesa con dos amigos tuyos, al principio no te fijas mucho en ellos, pero luego caes en la cuenta de que uno de ellos te resulta familiar.
 - ¿Celino?
 - Jajaja, no, me confunden mucho con él. Soy un amigo suyo, de su pueblo, he oído que eres un gran fan suyo.
 - Algo así.
Y, también, caes en la cuenta de que la música descorazonadora que estruja las paredes y a los parroquianos es de Celino.
 - ¿Qué van a tomar?
No lo sabes, la carta solo tiene nombres completamente extraños y no pone qué es ese plato o que lleva; y por supuesto no hay nada en «Billy Swanee's Car Accident» para saber que es una hamburguesa completa.
 - Y para él un Murder in the woods.
Ese él eres tú.
 - ¿Qué será un asesinato en los bosques? - Te preguntas.
Das una barrida visual a las personas de la barra y no reconoces a nadie, tras la barra, sirviendo, hay un camarero sacado de una película de Bogart y una joven japonesa sacada de una película de Wong Kar-Wai. Y como un rumor lejano te llegan las palabras de la conversación de los dos compañeros de mesa que tienes.
 - Cuando yo estaba vivo solía ir a un bar parecido a este. En mi pueblo claro, a veces iba con Celino, bueno, a veces iba y Celino estaba allí también, mejor dicho. Celino pasaba buena parte del tiempo metido en lúgubres tugurios, y después te hacía está música que oís, tan pura, tan llena de luz. Su música era la embajada de la belleza en su vida.
Te traen tu asesinato y ves que no es mucho más que un par de piezas de pollo empanado, patatas hervidas cortadas en rodajas y algún tipo de frutas irreconocibles, amargas y de pequeño tamaño.

Mientras esos hombres hablan empiezas a jugar con la comida, parece que vas un poco bebido, pero hasta donde recuerdas no has tomado una sola copa. Consigues, de algún modo, que una de las piezas de pollo quede erguida, vertical, sobre el plato. Divides la otra pieza de pollo longitudinalmente para hacer de contrafuerte a la pieza principal. Y entonces recuerdas una historia que te contaba tu madre hace años:

Cuando yo era joven, muy joven, aquí la policía era el mayor miedo de la ciudadanía. Te acusaban aleatoriamente de delitos que no habías cometido y tenían un método para que confesaras. Yo he contemplado ese número más de una vez, pero nunca he tenido la desgracia de sufrirlo. Verás, se acercaban al sospechoso y le decían: 
 - Fulanito de tal, eres un puto ladrón de mierda y te vas a venir con nosotros.
 - Pero si yo soy inocente. - Solía contestar el acusado, y solía ser cierto.
 - ¿Ah, sí? Pues te haremos la prueba. 
 - No, la prueba no, soy inocente, lo juro.
La prueba consistía en plantar un truño sobre el plato y que el acusado le diera un bocado y se lo tragara, después de eso tenía que volver a decir cómo se declaraba, si inocente o culpable.
 - Si vuelves a decir que eres inocente después del primer bocado, tendrás que darle un segundo bocado y reconsiderar tu declaración. Si te sigues considerando inocente, tienes un tercer bocado. Pero amigo, si llegas al tercer bocado te creeremos hasta que eres Napoleón Bonaparte en traje de chaqueta.
Nadie solía llegar al tercer bocado.

Prosigues en tu escultura gastronómica cuando las puertas del bar (ahora medio-convertido en saloon del viejo oeste) se baten. Entran un par de policías con un papel en la mano y riendo entre ellos.
 - Aquí tenemos un inmigrante ilegal.
El amigo de Celino suda.
 - Trabajamos para erradicar todo crimen o acto ilegal; y además, tampoco somos especialmente amigos de los inmigrantes. Así que no podemos dejar pasar por alto esto más tiempo.
El barman no dice nada, ni los mira, se queda limpiando vasos y mirando al suelo.
 - Tranquilo. - Te dice tu amigo.
Los policías miran una a una a todas las personas del bar varias veces. Mirada que finaliza en tus ojos.
 - Tú, chaval, el de la camisa blanca y la ralla al lado, sácanos el identificador.
No sabes de qué hablan.
 - No sé de qué hablan.
 - ¿Qué? El identificador, el documento de identidad, la puta tarjeta con tu cara y tus datos.
Sabes que no tienes El Documento pero aún así hurgas en tu bolsillo trasero con la esperanza de encontrar algo.
 - No lo llevo encima.
 - Es amigo mío, viene conmigo, es buena gente, un poco despistado, nació en está misma calle, en el hospital de más abajo. - Dice tu amigo golpeando la mesa con su identificación de color azul.
 - ¿Ah, sí? Pues entonces no tendrás ningún problema en hacer la prueba ¿No?
 - No va a hacer la puta prueba.
 - Pues se viene con nosotros.
Antes de que nadie más pueda decir nada más te cambian tu plato por un zurullo humeante que te provoca unas cuantas arcadas.
 - Si eres inocente, la verdad y la sinceridad de tu alma te imbuirá de fuerza suficiente como para comerte todo el truño entero sin que tus fuerzas flaqueen. Así que tranquilo.
Lo miras y miras a tu alrededor buscando una salvación. El amigo de Celino te mira con pesar. Entiendes que él es el ilegal.
 - No me pienso comer esto.
 - Pensaba que habías dicho que eres inocente.
 - Sí, pero...
 - Pues come.
Haciendo acopio de fuerzas te vas acercando lentamente hasta el nuevo plato en el menú de tu infierno personal. Llegas a notar los vapores.
 - Espera. - Grita el amigo de Celino.
Se levanta, se acerca a la barra y tira contra la misma una identificación marrón. Si es marrón indica que es algún tipo de permiso provisional caducado, es decir, que estás viviendo aquí de forma ilegal.
 - Muy bien, un puto héroe. De la que te has librao cabrón. - Te dice el policía.
Esposan a ese hombre y se lo llevan.

Hay unos segundos de silencio y quietud en el antro, pero pronto se reactiva la marcha normal del mismo, los de la mesa del lado vuelven al póker, la música vuelve a sonar y el ventilador vuelve a mover lentamente sus aspas.
 - Tío, me voy a ver qué demonios puedo hacer para sacarlo de ahí. - Te dice tu amigo, y eso te hace recordar que es abogado.

Estás solo en ese bar y por lo visto cada vez más ebrio. Pero aún así te levantas a la barra y le dices al camarero.
 - Dame un tiro de lo más fuerte que tengas.
 - ¿Lo más fuerte?
 - Lo más fuerte.
Se va hacia el otro extremo de la barra y saca una botella negra un poco más voluminosa que una botella de vino. En la etiqueta se puede ver una sola cosa escrita, la palabra «Ignición».
Saca un vaso de chupito y pone dos gotas. Coges el vaso y lo bebes de un sorbo. En tu boca se siente como denso, como sedoso, es como un gel más que como un alcohol. Pero está bueno. Bastante bueno.

La japonesa te guiña un ojo.
 - Podría hablar con ella. - Piensas.

Tarde.

Te despiertas.

miércoles, 5 de junio de 2013

Hegel

Yo era niebla. Era niebla en el mundo. Era en el mundo, estaba en él y era niebla. Yo era-en-el-mundo niebla muy densa. Niebla muy amplia. El mundo entero quedaba cubierto por la niebla que yo era. Y de repente: era niebla consciente. De ser niebla pasaba a saber que era niebla. Era niebla consciente de ser niebla. Niebla autoconsciente que todo lo abarcaba: sabía que era niebla y en la niebla estaba todo. Todas las cosas estaban en mí y yo era una sola cosa. Todas las cosas eran una sola cosa. La multiplicidad estaba en la unidad, la unidad en la multiplicidad. Todo era uno, todo era yo, todo era consciencia, yo era autoconsciencia, era todo y uno, niebla, lo absoluto y lo particular. Y de pronto caía en algo: había comprendido el Espíritu Absoluto hegeliano. Yo era el Espíritu Absoluto de Hegel.

Despertar fue raro.

Nota: Este sueño no explica en absoluto la Fenomenología del Espíritu de Hegel.

Fui yo

El sueño comienza contigo enterrado hasta las rodillas en un descampado de un pueblo pequeño. Estás enterrado a la altura justa para poder flexionar las rodillas de tal modo que puedas sentarte en el suelo. La tierra que aprisiona tus piernas no es demasiado compacta así que podrías liberarte de ella con poco esfuerzo. De momento no te preocupa.

De pronto notas un cosquilleo extraño en tus pies y unos pinchazos. Insectos. Puedes verlos a través de la tierra y te producen mucha aversión. Nerviosamente mueves tus piernas intentando sacarlas, lo cual no es tarea difícil, pero cuando las sacas te ves cubierto de insectos que intentas apartar a manotazos y luego rociándote las piernas con una manguera que oportunamente ha aparecido a tu diestra. 

Una vez limpio y un tanto turbado te montas en una bicicleta negra de paseo y pedaleas por ese pueblo grisaceo. Es un lugar curioso. De colores muy apagados, parece que hay una neblina en todas las cosas, podría ser un paisaje de la campiña inglesa. Tal vez basado en películas como Submarine o El Irlandés. Aunque todo está muy descuidado como si no viviera nadie desde hace mucho tiempo. Y desfilando por las calles con tu bicicleta no avistas una sola alma ni de hombre ni de animal. Solo vegetación. Como si hubiera vencido de algún modo. Sin embargo al doblar una esquina ves una gran aglomeración en la puerta de lo que parece un cine de barrio, todos llevan la misma chaqueta negra de nylon. Y en ese momento te das cuenta de que tú también llevas una chaqueta de nylon negra, pero no hace frío, ni calor, no hace nada. Ni siquiera corre el aire o se nota humedad. Solo la débil niebla. 

Bajas de la bici y vas andando con ella hasta la entrada del cine y todo se vuelve completamente familiar, no como si hubieras estado allí antes sino como si supieras exactamente lo que tienes que hacer y a donde tienes que ir, como una ciencia infusa. Entras en el cine dejando la bicicleta tirada de cualquier manera a la entrada. 

Una vez en la minúscula sala ves que no hay casi nadie y te sientas más bien centrado. Las puertas de emergencia están abiertas de forma que se ven unos muritos hechos polvo sobre los que se desbordan plantas trepadoras y magníficos helechos. Incluso el cine está descuidado con la pintura desconchada, el suelo manchado y los asientos raídos. Hasta parece que ha empezado a brotar algo por las esquinas de la sala. Es como un pueblo abandonado-habitado. 

Te quedas mirando hacia una de las salidas de emergencia porque hay algo escrito en el murito pero está parcialmente tapado por la trepadora dificultando sobremanera su lectura. Entonces.

 - Hey ¿Qué haces aquí? A ver la peli ¿No?

Aparece una chica bastante atractiva que conoces sonriendo y fumando, lleva tu misma chaqueta.

 - Sí, bueno, no sé que película echan realmente.
 - Ah, siempre es lo mismo, son como escenas ¿Sabes? Inconexas y tal. Son cintas que se encontraron en un sótano de por aquí, alguien grabó el pueblo una y otra vez. Aparecen diferentes lugares a diferentes horas. A veces sale gente, a veces nada. A veces se oye música. Todos empiezan con una escena del descampado y acaban con una escena de la vista aérea del pueblo. Son escenas muy cortas ¿Sabes? Como si hicieras zapping por el pueblo. Todas con cámara fija. Vamos por la cinta trece.
 - ¿Cuántas hay?
 - Cincuenta o así.
 - ¿Y quién las grabó?
 - Ni idea, nadie lo sabe, la casa donde se encontraron estaba abandonada desde los sesenta y las cintas son, como mucho, de hace diez años.
 - Pero...
 - Shh, que ya empieza.

Las luces se apagan y la película empieza a rodar, entra una tenue luz desde las puertas de emergencia. Y ahí está, la primera escena: El descampado en el que estabas enterrado hasta las rodillas. Intentas mirar la película o lo que sea eso, pero no puedes dejar de mirar el murito, necesitas leerlo. Así que te levantas.

 - Disculpe, lo siento, tengo que salir.

Y a medida que te acercas a la salida una extraña sensación se apodera de ti, como si llegaras tarde a un sitio. No solo como si llegaras tarde, sino como si, además, no tuviese remedio. Como si ya nada tuviese remedio. Siguen las escenas del pueblo estampándose en la pantalla, el zapping, ahora suena una música, una pieza clásica que te suena mucho pero no consigues distinguir. Ya estás fuera de la sala y te acercas al murito, apartas con una mano la verde trepadora que tapa el mensaje, está un poco borrado, seguramente por el paso del tiempo, pero aún se puede leer perfectamente.

«¿Lo de las cintas? Fui yo.»

Reconoces tu letra.

Te despiertas.


martes, 30 de abril de 2013

Una mañana en el muro


Amanecía en el Muro de Adriano. Hacía una temperatura agradable, lo justo para no tiritar con una chaqueta fina. Yo esperaba, bajo los tenues rayos de sol, a que comenzara algo -no tenía muy claro qué- con la misma actitud con la que había esperado los últimos veinte años cada mañana antes de mis clases. A mi lado, apoyado en una roca, Neko me contaba historias de un viaje que había hecho. Yo le escuchaba riendo a la par que sujetaba una mochila llena de libros. En ese momento, me venía un recuerdo que explicaba por qué esa mochila:
 Un hombre me había echado de mi casa y yo había intentado hacer acopio de todas las posesiones posibles en una maleta y una mochila mientras me gritaba. La maleta la había dejado en casa de mi hermana, pero había decidido llevar conmigo la mochila.
Neko cerró sus anécdotas diciéndome que ya era la hora y le seguía por un corto sendero que acababa en un montículo, donde una puerta parecía dar entrada a la casa de un hobbit. Tras él, entré en un lugar sombrío lleno de estanterías con libros viejos y multitud de sillas agrupadas en torno a una televisión. Casi todas las sillas estaban ocupadas, así que me sentaba en la primera que veía libre y, una vez instalada, vislumbraba a Postal y a Cereza. Las saludaba pero Postal me mandaba callar con un gesto y dos mujeres mayores, que estaban apoyadas en una de las estanterías, explicaban que íbamos a ver una película ambientada en Barcelona. Yo quería gritarles a Postal y a Cereza que eso me recordaba a nuestro viaje, pero, como al parecer estábamos en una clase, no era lo apropiado. Una de las profesoras introdujo un VHS en el vídeo y la primera imagen que apareció era el grupo Manel tocando una canción que me resultaba conocida. Cuando el vocalista empezaba a cantar, toda la clase, en una especie de coro improvisado, cantaba la letra, yo incluida. Al terminar la canción, me levantaba (no sé muy bien por qué) y al pasar junto a una de las estanterías, un teléfono fijo sonaba. Contestaba y me hablaba Alex Turner regañándome porque aún no había hecho el anuncio de su disco. “Yo no soy publicista” le decía, en inglés. Él no me creía. Y así, hablando por teléfono con el líder de los Arctic Monkeys a carcajada limpia, mientras Cereza tiraba de mi manga para irnos a explorar la naturaleza de Northumberland, terminaba mi sueño. 

domingo, 28 de abril de 2013

Misión espacial


Candela quiso que subiéramos corriendo las angostas escaleras de aquella finca vieja del centro de la ciudad. Ella tenía prisa quizá porque, también como yo, sentía crecer una cierta oscuridad envolviéndonos a cada paso que dábamos. Perseguíamos un foco que se desplazaba escaleras arriba y vomitaba a su paso una ténue luz, que sin saber por qué habríamos calificado de sucia. El camino que íbamos dejando atrás quedaba arrasado en silencio a medida que los fotones desaparecían por completo del conjunto de aristas que conformaban la escalera (se apagaban como pequeños átomos visibles de energía del mismo modo en que la pantalla de un ordenador en reposo disminuye la intensidad del brillo de la misma hasta quedar negra)
Esa fresca claridad característica de las últimas horas de la tarde nos dio la bienvenida al apartar a un lado la puerta metálica al final de la escalera. Ya en la terraza, observamos justo a tiempo, el transbordador espacial despegando hacia Fobos, mientras sentíamos sobre la piel la lluvia de parafina desprendida de los motores a medida que, consumiéndose el combustible, se iba generando.
En ese mismo instante, alguien desde Múnich observaba el vehículo espacial gemelo despegar exactamente al mismo tiempo rumbo a Deimos; después de una cuenta atrás con tantos números como escalones desaparecían en una dramática subida a la terraza de la finca más vieja del centro económico de la Neo-República Alemana del Este.

miércoles, 3 de abril de 2013

La Pasarela

Estás en una ciudad de vacaciones abandonada y es invierno. La gente va muy abrigada aunque tú solo vas con una camisa y no tienes mucho frío. Hay bastante gente y no sabes por qué, aunque de todas formas tampoco sabes por qué estás tú aquí. Te acercas a donde hay mayor acumulación de personas y resulta que están congregados alrededor de una especie de pistas para patinaje sobre hielo pero muy pequeñas, unidas entre ellas y que tienen un poco de profundidad. Detrás de la más grande hay un púlpito de caoba y un señor revisando unos papeles, la gente parece muy expectante. Detrás, a la derecha - su derecha -, hay unos vehículos pequeños que parecen autos de choque, hay de dos colores; rojo y azul. Parece que se vaya a disputar alguna partida:

 - Los jugadores oficiales no han podido venir - Empieza diciendo el hombre del púlpito y se oyen quejas de los asistentes - Pero no os preocupéis, vamos a sortear los puestos de juego entre los asistentes.  - Su mirada se posa en la tuya un segundo y vuelve a sus papeles.

Empieza a nevar con intensidad, pero tú sigues sin tener frío:

 - Los elegidos para los puestos de juego son... - Empieza a decir nombres que no te suenan de nada. De la muchedumbre se van alejando personas en dirección al púlpito y comienzan a vestirse con unos monos de esquí azules o rojos. De repente oyes otro nombre que no te suena de nada, pero el hombre del púlpito de caoba te mira fijamente así como todos los asistentes que se giran en tu dirección y te dicen:

 - Ese eres tú, chico.

Ese no eres tú, definitivamente, o por lo menos no es tu nombre habitual pero vas de todas formas porque cada vez te intriga más todo esto, no sabes lo que está pasando pero quieres ser parte de lo que quiera que sea. Una vez detrás del púlpito ves a los demás jugadores, una señora mayor de unos setenta años te está extendiendo un mono azul como el que ella lleva, y tú lo coges:

 - Yo he venido aquí con mi marido - Te dice mientras metes la pierna izquierda en el camal izquierdo - Joaquín, ven, mira, uno nuevo para nuestro equipo. - El marido te extiende la mano y tú se la das- Es una suerte que nos haya tocado en el mismo equipo de... - duda - de lo que sea.
 - ¿No saben a que vamos a jugar? - Preguntas
 - No, pero eso es lo divertido, a la aventura. - Crees que, probablemente, está mujer puede ser algún tipo de proyección de tu madre.

Se oye una bocina bastante desagradable y os metéis en los coches con el casco a juego puesto. Os dirigís hacía las pistas muy despacio y una vez allí os quedáis quietos, parece que nadie sabe qué demonios está haciendo o a qué demonios está jugando. No se ve a nadie fuera de las pistas, pero levantas la mirada y están a unos metros del suelo en una cámara flotante mirando atentamente lo que vaya a ocurrir en las pistas. Cuando pasan un par de minutos se impacientan y comienzan a murmurar y a comentar:

 - ¡Que empiece ya, que el público se va! - Comienzan a corear.

Todos los jugadores os miráis y miráis al hombre del púlpito y la señora le dice:

 - Pero esto ¿Cómo va?

El hombre, que ya estaba sonriendo, ensancha aún más la sonrisa. Un niño rojo decide arrancar y embiste a un niño azul, sobre la cabeza de este último aparece un holograma con tres rayitas y una bomba, la primera rayita se desvanece. Todos lo comprendéis y empezáis a huir los unos de los otros, arrancáis y os alejáis. Está permitido salir de las pistas, o eso parece porque en cuestión de segundos la gente está explorando todo el mapa de la ciudad. Vas en tu vehículo y, de pasada, observas a la anciana llorando encima del volante, sobre su cabeza el holograma de la bomba parpadeando. Y adiós anciana.

No sabes cuanto tiempo ha pasado pero oyes en los altavoces del recinto la voz del hombre del púlpito diciendo:

 - Solo quedáis tres, sólo puede quedar uno.

Ves a un niño japonés con un coche rojo, su holograma tiene una rayita y una bomba, entonces desde detrás de él aparece una chica sin casco pero con traje azul que lo embiste. Y sayonara chico japonés. Su mirada se cruza con la tuya. Solo puede quedar uno. 

Es tan hermosa, el pelo rubio larguísimo mecido por el suave y gélido viento, su nariz respingona y sus ojos de cielo. Y piensas en si te dará tiempo de besarla antes de matarla o de que te mate. Os quedáis quietos mirandoos el uno al otro durante unos largos segundos:

 - Ronda final. - Gritan los altavoces.

El vehículo comienza a transformarse, ahora son unos patines de linea azul oscuro, te los pones y levantas la mirada para buscarla y ahí está, uno de sus patines se ha quedado atrapado bajo una de esas raíces que quiebran la tierra desde abajo y sobresalen. Te levantas y te acercas a ayudarla, ella te ve como una amenaza, se quita el otro patín y va corriendo hacia una especie de pasarela, un pasillo interminable de tierra batida bordeado por unos altos setos, cada cincuenta metros hay un arco hecho con el seto que sirve de entrada a una pequeña plaza de la que se sale atravesando el arco-seto que hay al otro lado. No puedes girar a la derecha, no puedes girar a la izquierda. Recto hasta el infinito. A medida que vais avanzando, ella descalza y tú con patines, la pasarela se empieza a llenar de gente, crees que son los espectadores bajados de la máquina flotante, la pasarela se atesta de gente y la chica se aleja cada vez más, ahora mismo ni siquiera estás pensando en el juego, o en matarla o en que te mate, sino en conocerla, en besarla, en estar con ella. Y ese misterioso público que te da la sensación de que se va repitiendo en cada tramo de pasarela parece que se entera de lo que estás pensando y empiezan a comentar:

 - No me gusta para ella, seguro que no sabe lo que es Szeire
 - Ya, y es su juego favorito.
 - Ya, mira que es friki ¿Eh? Jaja, Szeire, un juego de rol con animales, hay que ver.
 - Bueno, en su defensa hemos de decir que tampoco está tan viciada.
 - Y que aún es pequeña.
 - Eso también, muy pequeña para él.

Son dos niñas rubias las que hablan, parece que la conocen muy bien, crees que son amigas suyas. Ella sigue corriendo descalza y de vez en cuando se gira para ver a que distancia estás, ni siquiera parece fatigada, pero sí asustada. Muy pequeña para él. No pienses en la edad que tiene piensa en que ha matado a un japonés a sangre fría.

Parece que puedes atisbar el fin de la pasarela, y ves que, unos diez metros después, hay un acantilado y piensas: ¿Y si no lo ha visto? ¿Y si sigue corriendo después de la pasarela y se cae por él?

La audiencia exclama un ¡Oh! al unisono. Ella gira su cuello y te mira, le caen un par de lágrimas, bueno, muchas lagrimas, te sigue mirando y sigue corriendo pone un pie en la línea en la que acaba la pasarela y entonces solo diez metros la separan de un acantilado, sigue sin mirar al frente y resbala. Resbala nada más salir de la pasarela, se cae de boca en la nieve a escasos metros del borde del abismo. Sigues corriendo hacía ella:

  - Podré salvarla - Piensas.

Llegas al final de la pasarela, ella se está levantando, la gente ha hecho un corro detrás de ti para contemplar mejor la escena, te acercas a ese joven cuerpo que está haciendo esfuerzos por levantarse y de pronto se gira, se tumba boca arriba en el suelo y te tira una bola de nieve a la cara, una nieve extraña, es el mismo tipo de hielo picado que has visto hasta ahora pero se te queda de algún modo pegado a la piel, lo poco que tardas en despejarte la cara es tiempo suficiente para que ella se levante. Y está de pie a poco más de metro escaso, con cara de duelo de western y una bola de nieve en la mano, ahora se aprecia mejor lo joven que es, sin embargo con esa mirada de sentencia de muerte y esa actitud de femme fatale de película de los cuarenta no puede sino enamorarte todavía más:

 - No quiero matarte. No voy a matarte. Yo... - dudas.
 - ¡Que dice que le gustas! - Dicen sus amigas entre risas.

Arruga la nariz y desde detrás de ella salen unos animales como modelados por ordenador, un tigre, un oso panda, una especie de águila y otros que no puedes ver bien, parece que solo están esperando a una señal suya para abalanzarse sobre ti:

 - Szeire - Recuerdas en voz alta.

Los animales desaparecen tal y como han venido, ella desfrunce el ceño, ladea ligeramente la cabeza sonríe y te mira. Te lanza la bola de nieve bombeada, como para que la cojas, como señal de armisticio. Y tú la coges, claro, y la miras y la tiras al suelo. Y ella se acerca a a ti con una sonrisa emocionada como si comprendiera en este mismo instante el indescriptible cariño y deseo que sientes por ella y apoya su cabeza en tu hombro y tu la rodeas con tu brazo derecho. Y volvéis por donde habéis venido, ya no nieva. Vais caminando hasta el principio de la pasarela mientras sois ovacionados por el público y por los jugadores, que han vuelto a la vida. Al principio de la pasarela te encuentras con tu profesora de historia del arte fregando unos platos:

 - ¿Qué? Al final ha ido todo bien ¿No? - Te pregunta.
 - Sí, todo bien - Contestas.

Salís de la pasarela y en el púlpito ya no hay nadie y miras a tu chica y te besa.

Y te despiertas.

lunes, 25 de marzo de 2013

Borges, dictador.



Trabajaba en mi sueño como niñera para la hija de Borges (¿tuvo Borges una hija?) – dictador de república bananera, asesino, gran lector, sacrosanto hijo de puta, según le llamaban sus enemigos-  la cual tenía a su vez dos hijas repelentes, llenas de lazos y chillidos, que me enervaban pero – la hostia – era la única manera de salvar a mi familia. Lo único que me salvaba de aquel suplicio era al acceso ilimitado a los manuscritos, a los textos, a las obras que paliaban los días oscuros en la extraña tierra llenas de palmeras. La casa, grande; la biblioteca, repleta. Y fíjate que nunca vi al dictador en aquella casa hasta que un día C. y unos amigos más – parecían, con sus barbas y sus cosas, sacados de alguna película retrofranquista, luchando contra los grises (Me acuerdo de Últimas Tardes con Teresa, obra sobrevalorada en mi humilde y cínica opinión). Querían, al parecer, recuperar un libro de una poeta portuguesa – Palonha Olvido o algo así -, gran luchadora contra los opresores del mundo, asesinada brutalmente en sus 24 años de vida (lo informan esto los intrusos mientras le ayudo a colarse dentro de la biblioteca) por las infames tropas de las dictadura brasileña. No me preguntes qué dictadura. No me preguntes por qué Brasil. Sea como sea, ella ha escrito eso, y lo robamos, y me ofrece C. que me vaya con ellos, que cuidarán mi familia, que necesitan gente como yo que conozca todo desde dentro. Hay una laguna en mis recuerdos hasta que estamos en el patio de palmeras y plantas tropicales. Acaba de llover o yo quiero – yo consciente – ver la arena aplastada y húmeda bajo nuestros pies mientras nos ocultamos tras unos setos y aparece un mujer rubia (¿desertora?) enfundada en un horrible vestido dorado, hermosa a pesar de ello, que intercambia una conversación rápida con C. y hablan del libro, y le echamos en cara que después de todo lo que Palonha hizo, ella esté con el enemigo. Abrimos el libro y por encima del libro leo palabras como grilletes, como arena, como gravilla. Y es la gravilla pisada lo que oigo yo cuando suenan los disparos y mis amigos – los amigos de C. – han muerto (no sé cuándo coño los hemos perdido) disparados, y la mujer rubia nos dice que ella está al lado del Dictador Borges, pero Borges le mira mal  por haber leído a Palonha Olvido y a veces tiene miedo.  Y a nuestro lado se oye, otra vez, el ruido de la gravilla pisada, y aparece Jorge Luis Borges – aún no está ciego – con paso marcial, vestido de militar, fumando un puro mientras se ajusta el fusil, y no puedo hacer otra cosa que no sea acordarme de aquel dictador de Santo Domingo, el general Trujillo, que violaba niñas y mataba enemigos de veinte mil en veinte mil. Y es él, el dictador Borges que se acerca a nosotras y estamos sentadas en el suelo, ocultas tras el arbusto – no para él, maldito seas Borges, que lo viste todo antes que nadie – pero, insisto, se acerca, y nos mira por encima del seto, sin sonreír, coge el libro de mis manos y se marcha en silencio mientras alguien, cerca de nosotras, carga otro fusil de asalto.



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1. Hoy no he dormido bien porque he soñado que Borges, el dictador, asesinaba a algunos de mis amigos mientras yo hablaba de poesía. Supongo que el sueño es resultado de esta tristeza tan específica que provocan los días eternos de lluvias. Ocurre a menudo que te desdibujas y hay, qué se yo qué, un diluvio y un aluvión, y un hatajo de maleantes sueños que te alimentan el estado de ánimo, que lo sumen en un patético proceso de autoinculpación, que te recuerdan las cosas que no son y que no pueden llegar a ser.

domingo, 10 de marzo de 2013

Las mascotas suicidas

Yo era pequeña y volvía con mi hermana de una manifestación. Pasábamos por delante de la casa de una amiga suya y su amiga, que estaba en la puerta, nos decía que subiéramos a tomar algo. Entrábamos en una casa vieja y llena de polvo de seis plantas. Las escaleras estaban llenas de toallas y sábanas bajo las que había perros y gatos  y yo tenía que ir con mucho cuidado para no despertarlos ni asustarlos, porque me daba miedo que me atacaran. Por fin, después de pasar infinita angustia,llegábamos a la cocina, que estaba en la planta de arriba del todo. Allí, me ofrecían agua en un vaso asqueroso. La cocina tenía una barandilla y se veía el hueco de la escalera. Entonces un perro de la casa, pequeño, gris y con el flequillo tapándole los ojos, se subía a la barandilla con mucho cuidado, se quedaba unos segundos quieto y saltaba, para seguidamente estrellarse con el suelo en una explosión de sangre roja. Entonces un gato hacía lo mismo y poco a poco todas las mascotas de la casa se suicidaban. Yo quería irme, pero, mi hermana, prudentemente, me decía que era mejor esperar a que pasara el bombardeo de animalitos suicidas.

martes, 5 de marzo de 2013

Dos sueños


1.Spectrality
Iba a un fotomatón a hacerme una foto y esta salía en blanco y negro. Detrás de mí se veía un fantasma como en esas de la señora Lincoln. Lo que pasa es que mi fantasma no había ganado ningún Oscar.

2.La discoteca
Hacía mucho frío y entrábamos en un pub muy espartano en lo que respecta a decoración. Nos pedíamos unas copas y súbitamente nos mandaban a la planta de abajo. Todos corríamos por las escaleras como si nos persiguieran. Aparecimos en una habitación de paredes blancas más pequeña que un dormitorio . Olía mal y había un proyector y música estridente. De pronto aparecía un compañero mío de clase bastante pavo con una sudadera de Iron Maiden muy fea y yo le decía: ‘¿pero tío qué haces con eso?’ a lo que respondía con tanta ilusión que se la acababa de comprar que yo me callaba y decidía subir a ver qué había pasado. La planta de arriba de repente se había transformado en un bonito y sofisticado café con muebles caros. Me desperté sin saber dónde había adquirido aquel chico la prenda.

domingo, 3 de marzo de 2013

Pianobar

Estás en el futuro. Uno muy lejano. Es invierno, el frío te congela tanto que casi no puedes caminar, casi no puedes ver de lo cerrada que es la noche, tu compañera casi no puede caminar, no sabes de qué la conoces pero está contigo en esto y ya es mucho compromiso. Sois la resistencia de una especie de guerra que no entiendes, sólo podéis desplazaros por vías de tren construidas antes de los años cuarenta, ella lleva una especie de cápsula robótica, no estás seguro de que es pero morirías por su integridad. Lleváis horas caminando por las vías de tren y de repente un ruido metálico:
 - Será un guardián - Dice ella.
Os escondéis detrás de un vagón abandonado que está cruzando transversalmente la vía. Miras rápidamente cuánta munición te queda; a penas el sesenta por ciento. En el futuro hay una especie de armas electromagnéticas con batería y la tuya está al sesenta por ciento, eso son unos ciento veinte disparos de rifle de repetición (que es lo que llevas). 

El ruido metálico era efectivamente un guardián, tu compañera, la protectora, tu hermana en armas está asustada, debe tener nueve o diez años, es rubia, lleva una bufanda y la cápsula verdosa: 
 - Mátalo, por favor. - Susurra
El guardián lo escucha, se gira y oyes su mecanismo cargando la ametralladora integrada en su brazo. Pero tu eres, por supuesto, más rápido.

Después de esto el camino es bastante tranquilo, charlas con ella pero no te acuerdas de qué habláis. Veis unos cuantos animales cruzando las vías abandonadas, algunos no parecen animales en absoluto. Llegáis a una especie de invernadero y entonces...

Apareces en la Gran Vía, estas en el presente año. La chica sigue contigo pero ahora tiene el pelo rosa y  no lleva ninguna capsula, es verano y tú vas con una camisa hawaiana, pero ella sigue vestida como entonces. De pronto, un pensamiento en tu cabeza "hay que huir":
 - Hemos de huir - le dices.
Pero ya no hay  nadie para escucharte, estás solo en la gran vía. Te giras y ves un caddy de golf conducido por Antonio Machín, decides que es un cara suficientemente conocida como para fiarte de ella y, por supuesto, montas:
 - Doy por hecho que siendo taxista conocerás algún pianobar por la zona.
 - Te llevaré a mi favorito.
El vehículo en el que vas es capaz de atravesar la materia y de flotar, así que os dirigís volando hasta un chaflán y atravesáis la pared del tercer piso para llegar a una habitación blanca sin puertas ni ventanas con un piano en el centro y un sofá pegado a la pared:
 - Hola ¿Quién es el chico? - Pregunta Lauren Bacall pero en morena y con un traje rojo oscuro.
 - Viene conmigo
 - Pasad, ya han llegado.
En el sofá están los Rolling Stones, aunque no se parecen nada a los Rolling Stones. Les saludas como si les conocieras de toda la vida y ellos hablan un perfecto español. La versión morena de Lauren Bacall se pone a tocar el piano, parece algún tipo de versión de Can't Help Falling In Love With You, pero no estás muy seguro, ya casi no lo recuerdas. Y entonces, desde detrás de Lauren se yergue una figura, te suena de algo y no sabes de qué. Lleva algo resplandeciente y verdoso entre las manos, parece que eres el único que la adviertes. La voz de Lauren se vuelve metálica. La figura de detrás de ella se perfila. Tu hermana en armas:
 - Mátala por favor.

Te despiertas.

martes, 29 de enero de 2013

Columpio de barras de hierro

Estamos en Alemania pero desde luego no se parece a Alemania ni en ningún momento se da por sentado que sea Alemania, y la autocaravana es mucho más grande que de costumbre. Mi padre decide que yo conduzca, ellos tienen que hacer algo y yo me llevaré la autocaravana para llegar a Berlín. Antes, sin embargo, tenemos que llegar a al hotel. La autocaravana se convierte  en una especie de barco-lancha y pasamos por tres ciudades distintas antes de detenernos (algunas se parecen a Venecia y otras a Estambul). Hacemos maniobras para entrar en los puertos. Mis padres desaparecen y yo estoy en un hotel de lujo donde Y y su padre aparecen para arreglar algunos negocios. M también está ahí, pero yo me enfado porque no quiere venir a Berlín conmigo, parece que el 6 de junio se va a algún sitio con Y. Me echo en las tumbonas del jardín del hotel. M, que me miraba desde la entrada, viene a hablar conmigo y nos sentamos sobre uno de esos columpios para niños hechos de barras de hierro muy muy en lo alto. M me habla, dice un montón de cosas y parece que no dice nada pero sí. Se acerca cada vez más a mi cuello pero es que viene al caso de lo que estamos hablando. Me despierto.

Libertos

Estamos en una ciudad que se parece a Querétaro pero con toda seguridad no es Querétaro. Hay una cena con muchos conocidos y está M. M habla con toda la gente de la cena y cada vez que yo me quiero acercar la gente de la cena se pone en medio y no me deja hablarle. Cuando salimos del lugar de la cena nos damos cuenta de lo que está pasando: unos señores gordos han secuestrado a todos los esclavos y los han encerrado en una subciudad dentro de la propia ciudad, donde planean envenenarles o dejarles morir de hambre. Iniciamos el plan de rescate y nos colamos a través de callejones secretos en la subciudad. Vamos a convertir esclavos en libertos.