Trabajaba en mi sueño como niñera para
la hija de Borges (¿tuvo Borges una hija?) – dictador de república bananera,
asesino, gran lector, sacrosanto hijo de puta, según le llamaban sus enemigos- la cual tenía a su vez dos hijas repelentes,
llenas de lazos y chillidos, que me enervaban pero – la hostia – era la única
manera de salvar a mi familia. Lo único que me salvaba de aquel suplicio era al
acceso ilimitado a los manuscritos, a los textos, a las obras que paliaban los
días oscuros en la extraña tierra llenas de palmeras. La casa, grande; la
biblioteca, repleta. Y fíjate que nunca vi al dictador en aquella casa hasta
que un día C. y unos amigos más – parecían, con sus barbas y sus cosas, sacados
de alguna película retrofranquista, luchando contra los grises (Me acuerdo de Últimas Tardes con Teresa, obra
sobrevalorada en mi humilde y cínica opinión). Querían, al parecer, recuperar
un libro de una poeta portuguesa – Palonha Olvido o algo así -, gran luchadora
contra los opresores del mundo, asesinada brutalmente en sus 24 años de vida
(lo informan esto los intrusos mientras le ayudo a colarse dentro de la
biblioteca) por las infames tropas de las dictadura brasileña. No me preguntes
qué dictadura. No me preguntes por qué Brasil. Sea como sea, ella ha escrito
eso, y lo robamos, y me ofrece C. que me vaya con ellos, que cuidarán mi familia,
que necesitan gente como yo que conozca todo desde dentro. Hay una laguna en
mis recuerdos hasta que estamos en el patio de palmeras y plantas tropicales.
Acaba de llover o yo quiero – yo consciente – ver la arena aplastada y húmeda
bajo nuestros pies mientras nos ocultamos tras unos setos y aparece un mujer
rubia (¿desertora?) enfundada en un horrible vestido dorado, hermosa a pesar de
ello, que intercambia una conversación rápida con C. y hablan del libro, y le
echamos en cara que después de todo lo que Palonha hizo, ella esté con el
enemigo. Abrimos el libro y por encima del libro leo palabras como grilletes,
como arena, como gravilla. Y es la gravilla pisada lo que oigo yo cuando suenan
los disparos y mis amigos – los amigos de C. – han muerto (no sé cuándo coño
los hemos perdido) disparados, y la mujer rubia nos dice que ella está al lado
del Dictador Borges, pero Borges le mira mal por haber leído a Palonha Olvido y a veces
tiene miedo. Y a nuestro lado se oye,
otra vez, el ruido de la gravilla pisada, y aparece Jorge Luis Borges – aún no
está ciego – con paso marcial, vestido de militar, fumando un puro mientras se
ajusta el fusil, y no puedo hacer otra cosa que no sea acordarme de aquel
dictador de Santo Domingo, el general Trujillo, que violaba niñas y mataba
enemigos de veinte mil en veinte mil. Y es él, el dictador Borges que se acerca
a nosotras y estamos sentadas en el suelo, ocultas tras el arbusto – no para
él, maldito seas Borges, que lo viste todo antes que nadie – pero, insisto, se
acerca, y nos mira por encima del seto, sin sonreír, coge el libro de mis manos
y se marcha en silencio mientras alguien, cerca de nosotras, carga otro fusil
de asalto.
lunes, 25 de marzo de 2013
Borges, dictador.
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Es un sueño genial, en cualquier caso. Le das mucho a las figuras ilustres en sueños, cosa, eso mola. Yo sueño con gente normal xD
ResponderEliminarMe encanta que Borges "mire mal" a alguien.
Creo que leo demasiado. Debo dedicarme a otra cosa urgentemente antes de que me de una monomonía quijotesca.
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