Sueño.

(Del lat. somnus).

1. m. Acto de dormir.

2. m. Acto de representarse en la fantasía de alguien, mientras duerme, sucesos o imágenes.

3. m. Estos mismos sucesos o imágenes que se representan.

sábado, 10 de noviembre de 2012

El helado y el vasito de leche

Anoche soñé que miraba mi horario y veía que tenía un par de horas libres, así que me iba a una heladería un par de barrios más arriba paseando. Cuando llegaba al mostrador le pedía a la heladera un cucurucho de chocolate y me decía que si quería un vasito de leche.
-¿Un vasito de leche?
-Sí, es que aquí es costumbre dar un vasito de leche junto con el helado.
Pensé que igual era como cuando pedías churros y te daban un vaso de agua y acepté. La señora me daba mi helado y me acercaba un vaso blanco y me decía sin inmutarse que eran 27 euros.
-¿VEINTISIETE EUROS?
-Sí, 2 del helado y 25 de la leche.
-¿Cómo puede costar 25 Euros un vaso de leche?
-Es que no es leche normal, es leche condensada con limonada.
Y antes de que yo pudiera reaccionar ante tamaña estafa y tamaña porquería me llamaba un compañero al móvil preguntándome por qué no iba a clase. Yo le respondía que no tenía y él me decía que sí había, así que yo soltaba el helado y miraba mi horario, donde, efectivamente veía lo que no había visto antes. Me ponía muy nerviosa porque no me iba a dar tiempo a llegar ya que no tenía el coche, y antes del colapso, me despertó el teléfono porque me habían mandado un chiste.

miércoles, 1 de agosto de 2012

El río V


Salí de una biblioteca  y le pregunté a una chica por dónde tenía que ir para llegar a un partido de fútbol en el que jugaba el hermano de una amiga mía, ya que mi amiga estaba en el extranjero y el pobre niño iba a jugar sin nadie que le apoyase. La chica decía que estaba muy lejos, al lado del colegio X, cuya existencia yo desconocía. Me sentía tan desorientada que, tras seguir las indicaciones que me dio durante unos metros, y ver que la susodicha se besaba con un chico de cuya espalda colgaba una guitarra, entré en una tienda para preguntar. Allí, un hombre con cara de amargado leía una revista de espaldas a una ventana maravillosa por la que se veía un río con cisnes, barcas hinchables en forma de castillo moviéndose con las olas y un arcoiris en el cielo. Maravillada, le preguntaba qué era eso. ‘¡Pues el río V.!’ Yo, asombrada decía que pensaba que aquello era un secarral donde iba gente a pincharse. ‘Sí, como todo el mundo aquí…por eso sólo vienen japoneses…¿quieres un paseo en barca?’ Yo no quería que me timase como a una japonesa y rechazaba la oferta, así que me extendía un ticket de 4€ con algo por haberme dicho dónde me encontraba. Yo salía indignada y tras reflexionar un poco, volvía a entrar en el establecimiento a protestar, pero el hombre había sido relevado por una mujer de pelo corto que me ofrecía asistir a una conferencia sobre las brujas del río para compensar. Yo accedía y en el oscuro salón de la trastienda encontraba a dos compañeras de clase. Una de ellas sacaba del bolso unas pinzas de depilar de plata que yo pensaba que eran victorianas (aunque en la vida he visto un objeto como ese de dicha época). La ‘conferencia’ me parecía horrible: mal estructurada, peor documentada, buscando horrorizar a la audiencia…así que llegada la hora de las preguntas levantaba la mano por primera vez en mi vida y decía muy segura de mí misma: ‘¿Hasta qué punto considera usted que la brujería contribuyó al movimiento de liberación de la mujer?’ con la intención de destapar cuán poco académica era esa gente. No obstante, el resto de asistentes (menos mi amiga, que se depilaba las cejas) en vez de agradecérmelo, me echaba ante la mirada de odio de la ponente. Y ya está.

lunes, 25 de junio de 2012

Sin batería en el Tibidabo

Estamos en Barcelona mi padre, mi hermano, mi cuñada y yo.  Mi hermano ha alquilado un coche y quiere ir a Castellón. '¿Para qué?', le digo. 'Hay muchas cosas que hacer aquí.' Se van y me quedo sola con mi padre. Le pido por favor que me lleve al Tibidabo, que nunca me ha dado tiempo a subir y dice que le parece una idea perfecta y que nos vamos a montar en el avión. Yo le digo que no hace falta coger un avión si ya estamos en Barcelona, pero me aclara que se refiere al avión que hay en el parque.
Una vez arriba, se olvida de las atracciones y entramos en una casa a merendar. Le grito que voy a salir a hacer fotos, y cuando intento disparar, descubro que mi cámara no tiene batería. Me odio por irme de viaje sin haberla cargado antes. El resto del sueño me lo paso quitando pilas de relojes y otros objetos electrónicos que me encuentro en esa casa extraña intentando que hagan funcionar mi cámara en vano.

domingo, 24 de junio de 2012

Pizza Margarita


Alguien llamaba a la puerta. Al abrir, su sonrisa y un movimiento ligeramente rotativo y ascendente de su cabeza. 'Hola, soy el repartidor de pizza'
Pero aquello no trataba de comer pizza, aquello era el tekken, y el repartidor con su polito corporativo, su ridícula gorra con el logotipo y su absurdo cronómetro colgando del cuello mi adversario. Yo, por mi parte, lucía zapatillas de ir por casa, pantalones anchos de pijama y camiseta de tirantes.
Éramos dos personajes perfectamente caracterizados de la nueva edición del famoso videojuego.

Round 1
Posición básica de defensa, rodillas flexionadas, torso girado hacia la derecha, y mano izquierda con la palma hacia el pizzero para frenar un posible ataque. Decido atacar primero. Le arrebato las cajas de pizza, las abro y una por una lanzo con fuerza todas las porciones a mi enemigo, el cual ni se inmuta, recibiendo con una sonrisa de burla los impactos sobre su pecho de acero.

Round 2
Esta vez decido no ser el primero, el repartidor avanza, le espero. Él ataca, o más bien amaga, lo que le permite pillarme desprevenido y agarrar uno de mis brazos con fuerza por la muñeca. Un brazo inutilizado, y lo que parece ser el inicio de un combate cuerpo a cuerpo se me plantea. Sabiendo que nunca se me dio bien la fuerza bruta busco una alternativa inteligente. Entonces me percato. Con el brazo libre arranco el cronómetro que pende del cuello de mi adversario. Lo esgrimo con aire victorioso y mostrándole el display le digo 'Has tardado más de 35 minutos en traer la pizza. Has tardado demasiado'. Es entonces cuando desde el cronómetro una especie de campo de fuerzas golpea al pizzero haciéndole volar por los aires como si una mano invisible le hubiera asestado un brutal puñetazo en el pecho.
Es mi famoso ataque psicológico.

KO

domingo, 17 de junio de 2012

Densidad lunar


Estábamos todos en clase de alemán una vez más, un montón de caras conocidas se repartían entre los pupitres de a dos, una gran noticia, pues parecía que todos habíamos sido capaces de superar el nivel anterior. Bien por nosotros. 
Asimismo, un cierto número de caras nuevas se intercalaban entre los ya conocidos, un inmejorable comienzo de curso, con todos los viejos amigos y con otros tantos nuevos por conocer.
Entre los ya veteranos, todos sabíamos quiénes sabían más alemán y quiénes menos. Como en todas partes, alguna lumbrera había, también alguien que habiendo vivido en Alemania, tenía especial facilidad y en contrapartida, otras personas entre cuyas virtudes no se encontraba la facilidad del aprendizaje de lenguas extranjeras. A este heterogéneo colectivo (lumbreras, experimentados y patosos) fue al que sacaron de clase en la primerísima lección, vinieron a buscarlos sin un motivo concreto, si bien todos imaginábamos que respondía a la reestructuración de los niveles, repartir a la gente en función de sus conocimientos reales del alemán.
Todo esto habría tenido sentido en tanto que se trataba de la primera clase del curso y nadie había sido sometido a ninguna prueba de nivel. No obstante, se desmoronó tal teoría conforme los elegidos para abandonar el aula volvían todos a su clase original al cabo de un rato y con una expresión ausente o digamos, cara de bobalicón.
Durante el descanso, quienes habíamos permanecido todo el rato en el aula, comentábamos lo extraño de la situación, los que se habían ausentado de la clase no soltaban prenda. La intriga caló en nosotros hasta que algunos curiosos volvieron del hall donde habían ido a investigar y en donde encontraron en la papelera de al lado de la fotocopiadora, una copia desechada, algo borrosa, en donde se podía leer parte de un informe:

'Las cebollas, cuya composición original en peso fue de 99 gramos por litro, vieron tal valor disminuido hasta los 96 gramos por litro únicamente debido a su estancia en el satélite'

De repente, los hechos se nos mostraron claros: estaban haciendo experimentos con los alumnos del centro alemán, los sacaban de clase para llevarlos a la Luna e inmediatamente traerlos de vuelta, con el único objetivo de demostrar que viajar a la Luna disminuía la masa cerebral.

martes, 12 de junio de 2012

El anillo de pedida

Íbamos a dar un paseo por la playa y me quería coger de la mano pero yo me empeñaba en esconder ambas en los bolsillos de la gabardina. Hablábamos de tonterías y yo estaba más nerviosa conforme pasaba el tiempo, buscando temas de conversación disparatados.  Finalmente, me agarraba por los hombros para detenerme, sacaba una caja del bolsillo de su chaqueta y una de mis manos del bolsillo de la mía. Yo gritaba que no, pero, sin hacerme caso, cogía un anillo con una flor pequeñita de brillantes e intentaba ponérmelo. Entonces se daba cuenta de lo que yo intentaba esconder...¡no tenía anular! Era como si me lo hubiesen cortado y hubiese cicatrizado en tiempo récord.
-Bueno, de todos modos nunca hemos tenido claro si el anillo de compromiso iba en la izquierda o en la derecha, ¿no? Dijo sin inmutarse, mientras me lo ponía en la otra mano, que estaba perfecta.

lunes, 11 de junio de 2012

Un paseo en lancha

Yo y una serie de personas [que variaban de dos a tres según las partes del sueño] íbamos a ver unas carreras de coches a la supuesta Ronda Norte de Valencia, que en este caso estaba en el sur. Llegar era fácil porque había un autobús, pero a la hora de volver teníamos que caminar hasta un barrio desconocido donde supuestamente ya podríamos coger el autobús de vuelta. Lo malo es que la Ronda Norte-Sur estaba atestada de tráfico y no había ni un solo paso de peatones o semáforo que nos permitiera cruzarla por ningún lado. Teníamos que sortear una serie de isletas [de isleta en isleta] que al final nunca conseguían llevarnos a ningún sitio. Unas señoras mayores trataban de cruzar con nosotros y al final terminábamos llegando al puerto pero no a donde queríamos: teníamos que ir a la Facultad de Filosofía a consultar las notas. Entonces aparecía por allí un profesor de filosofía que nos aseguraba que nos llevaba hasta la Facultad en su lancha motora. Subíamos en su lancha confiadísimos y cuando nos queríamos dar cuenta estábamos camino de Alicante. El señor revelaba que le perseguía la policía y que nos secuestraría. Yo entraba en cólera y gritaba y gritaba hasta que aquel decía: bueno, vale. Pues os bajáis aquí. Bajábamos en Segorbe y allí estaban mis padres y unos amigos suyos que habían ido a hacer turismo con las autocaravanas. Nos llevaban a la facultad y yo podía ver mis notas.


[Nota: En la vida real jamás hubiese ido a ver carreras de coche]
[Nota2: En lancha motora no se puede llegar de ninguna de las maneras a la Facultad de Filosofía, a menos que esta funcione con ruedas o vuele]
[Nota 3: Si íbamos de Valencia a Alicante íbamos hacia el sur, pero Segorbe está al norte de Valencia] 

jueves, 31 de mayo de 2012

No quiero un ipad

Comemos en el jardín de una bonita casa de campo que habría de ser la casa del monte que vendió mi abuelo antes de morir, pero es todo mucho más verde y menos mediterráneo. Estamos allí mis tres primos, mis abuelos, G y yo. Cuando termina la comida, mi abuelo nos regala un ipad a cada uno de nosotros y yo me marcho contrariada: no quiero un ipad. [Nota: Sí lo quiero xD]. G y yo nos reunimos en la parte posterior de la casa y me besa y yo le hablo de mi abuelo que está muerto. Cuando volvemos al jardín delantero de la casa, éste ya no es pequeño y acogedor sino que se parece a un enorme campo de fútbol en el que estratégicamente se han situado máquinas que sé que nos dispararán cuando pasemos entre ellas. Echamos a correr para tratar de salir de allí. Hay un dinosaurio al final del jardín. Me despierto.

Lechugas azules

Es Octavio Paz un hombre pequeño, de grandes gafas y aspecto ratonil, lleva sombrero de copa, y se lo quita elegantemente cuando me siento la mesa. No sé, no sé, pero el aire es así como denso, de película de blanco y negro, y afuera, tras el marco de algo que es un cuadro o una ventana a una niebla que me hace pensar en la Metamorfosis de Kafka. Sueño que pienso a falta de no tener pensamientos para soñar.  Le sirvo la comida con una cuchara gris y le digo que no quedaban ya esponjas fritas,  pero que en lugar de eso, he cocinado lechuga azul, y emocionado asiente, moviendo su ratonil rostro, su sonrisa descompuesta de un lado para otro y me perturba porque es un gnomo pero parece amable y hambriento y se come la lechuga azul que le he servido en el plato. Le hablo un rato de la esponja frita, que se había quedado demasiado dura por sacarla muy pronto del aceite - interviene la imagen de la esponja rectangular demasiado dura, y la cara de depción de mi madre, y el hombre de Canal Cocina diciendo que tengamos cuidado con eso y no sé qué coño pinta el hombre de Canal Cocina en mi casa junto a mí, mientras tiro la esponja tiesa a la basura  -, oero después él asiente y come y me comenta que a Huidobro le gustaban las lechugas azules, y yo le digo que por qué no lechuzas azules, y él se ríe, se ríe mucho y se queda mirando el cielo, que es blanco, como todas las paredes, salvo aquel marco que me enseña el background de la Metamorfosis. Entonces yo recuerdo un ensayo que leí en que decía que Huidobro también padecía del vacío del cielo deshabitado. Así que le digo ¡Ah, el vacío del cielo deshabitado!, y el entusiasmado salta, moviendo el tenedor sobre la lechuga azul, ¡La autocita, la autocita!, exclama. Y le miro asombrada, miro  a aquel hombre pequeño, de grandes gafas y aspecto ratonil que me mira, y que se pone de nuevo, el elegante sombrero de copa.

Y me despiertan.








Nota: Octavio Paz jamás fue un hombre pequeño, de grandes gafas y aspecto ratonil que llevaba sombrero de copa. Era más bien un hombre fuerte, con buena vista y con aspecto de intelectual serio, que como mucho, llevaba corbata.

jueves, 8 de marzo de 2012

Gusanos

Yo estaba en la casa de mis abuelos, la de Valencia que normalmente no usan. Había mucha gente pero sólo recuerdo a mi padre. Yo estaba resfriada, lo cual no era sorpresa alguna pues llevo todo el invierno con resfriados y enfermedades tontas varias que me dejan sin poder respirar. Me sonaba los mocos una y otra vez y estornudaba, y en un momento determinado, cada vez que hacía esas cosas, de mi nariz no salían ya mocos solamente sino también gusanos blancos, muy parecidos a las orugas. Hablaba con mi padre y todo tenía sentido: si tenía asma y después las pruebas daban negativo era porque no era realmente el asma, sino los gusanos los que me impedían respirar y los que me mantenían enferma. Estaba podrida por dentro y los gusanos se habían hecho hueco en mi cuerpo.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Xenofobia

Cuando das una fiesta en casa, siempre llega un punto en que la cosa cobra vida propia y empieza a desarrollarse por sí sola sin necesidad de tu supervisión. La gente interacciona, la bebida corre, la comida se acaba.

Nosotros estábamos de celebración porque mi amigo S por fin había vuelto de su erasmus intergaláctico, y en uno de esos puntos en que el guateque alcanza autonomía, mi amigo me llevaba aparte a la habitación en donde dormiría, y con una emocionada sonrisa acompañada de un no se lo cuentes a nadie, encendía una ténue luz de mesita de noche y las sombras del rincón más apartado de la habitación obtenían definición para pasar a mostrar la figura de un alienígena con la cabeza gacha. Efectivamente, se había traído un extraterrestre consigo, y efectivamente, la idea no podía horrorizarme más.

En mi sueño no podía imaginar algo más repulsivo que tener un extraterrestre en casa, ése no era su lugar. No debería estar ahí medio agachado en ningún rincón de ninguna habitación de mi casa. Y aún considerando su aséptico aspecto, su figura de alienígena clásico de manual, mi mente no podía concebir su derecho a existir donde se hallaba ni el derecho de mi amigo S a sonreir con ese aire estúpido, orgulloso de su particular souvenir.

En el mismo sueño además, con fondo de relato moralista, un terrible sentimiento se apoderaba de mí: no estaba siendo mejor que un racista, machista u homófobo. Todos dábamos asco. Unos por esto, otros por lo otro.

sábado, 3 de marzo de 2012

La piedra

Camino por una calle con mi padre, no sé cuál es, pero la conozco. De pronto noto una herida en la mano, tengo la piel medio levantada justo donde empieza el dedo pulgar. Levanto la piel como si fuera la tapa de una caja y dentro está mi carne y una pequeña piedra. Quito la piedra y la tiro y entonces mi mano empieza a sangrar. No para de salir sangre y yo no consigo hacer nada, voy perdiendo fuerzas hasta que al final me desmayo o muero o me despierto.

viernes, 2 de marzo de 2012

Sobre nutrias

R y yo paseábamos por un bosque húmedo y de tonos verde oscuro, y marrón. Por el mismo discurría un río en suave pendiente desde el pequeño cerro por donde se extendían los árboles. Junto con el río y siguiendo su trayectoria por el lado izquierdo, un camino sinuoso permitía un agradable paseo por la orilla del curso de agua. En cuanto R y yo decidíamos adentrarnos por tal sendero, observamos a dos juguetonas nutrias nadando alternativamente corriente arriba y corriente abajo.

Reminiscencia de viejos recuerdos, de excursiones familiares y salidas educativas a la montaña, recuerdo repentinamente qué nombre reciben las nutrias en valenciano, y exclamo dirigiéndome a ellas: 'Les llúdrigues, les llúdrigues!'. Ellas reparan en mí, salen del agua y se acercan.

R permanece en su sitio y yo me dirijo a 'les llúdrigues', éstas vienen hacia donde estoy y elevándose sobre sus dos patas traseras se apoyan en mí, y una de ellas me muerde. Intento deshacerme de ellas caminando hacia el bosque, siempre bordeando el río. Ellas siguen mis pasos, y cuando me paro esperando que hayan cesado en su acción mordedora, vuelven a atacarme las dos, pero débilmente, como si fueran dos gatos mordiendo al jugar.

Yo vuelvo hacia donde está mi amiga R, pero todavía llevo detrás a 'les llúdrigues' y van a continuar persiguiéndome.