Sueño.

(Del lat. somnus).

1. m. Acto de dormir.

2. m. Acto de representarse en la fantasía de alguien, mientras duerme, sucesos o imágenes.

3. m. Estos mismos sucesos o imágenes que se representan.

martes, 30 de abril de 2013

Una mañana en el muro


Amanecía en el Muro de Adriano. Hacía una temperatura agradable, lo justo para no tiritar con una chaqueta fina. Yo esperaba, bajo los tenues rayos de sol, a que comenzara algo -no tenía muy claro qué- con la misma actitud con la que había esperado los últimos veinte años cada mañana antes de mis clases. A mi lado, apoyado en una roca, Neko me contaba historias de un viaje que había hecho. Yo le escuchaba riendo a la par que sujetaba una mochila llena de libros. En ese momento, me venía un recuerdo que explicaba por qué esa mochila:
 Un hombre me había echado de mi casa y yo había intentado hacer acopio de todas las posesiones posibles en una maleta y una mochila mientras me gritaba. La maleta la había dejado en casa de mi hermana, pero había decidido llevar conmigo la mochila.
Neko cerró sus anécdotas diciéndome que ya era la hora y le seguía por un corto sendero que acababa en un montículo, donde una puerta parecía dar entrada a la casa de un hobbit. Tras él, entré en un lugar sombrío lleno de estanterías con libros viejos y multitud de sillas agrupadas en torno a una televisión. Casi todas las sillas estaban ocupadas, así que me sentaba en la primera que veía libre y, una vez instalada, vislumbraba a Postal y a Cereza. Las saludaba pero Postal me mandaba callar con un gesto y dos mujeres mayores, que estaban apoyadas en una de las estanterías, explicaban que íbamos a ver una película ambientada en Barcelona. Yo quería gritarles a Postal y a Cereza que eso me recordaba a nuestro viaje, pero, como al parecer estábamos en una clase, no era lo apropiado. Una de las profesoras introdujo un VHS en el vídeo y la primera imagen que apareció era el grupo Manel tocando una canción que me resultaba conocida. Cuando el vocalista empezaba a cantar, toda la clase, en una especie de coro improvisado, cantaba la letra, yo incluida. Al terminar la canción, me levantaba (no sé muy bien por qué) y al pasar junto a una de las estanterías, un teléfono fijo sonaba. Contestaba y me hablaba Alex Turner regañándome porque aún no había hecho el anuncio de su disco. “Yo no soy publicista” le decía, en inglés. Él no me creía. Y así, hablando por teléfono con el líder de los Arctic Monkeys a carcajada limpia, mientras Cereza tiraba de mi manga para irnos a explorar la naturaleza de Northumberland, terminaba mi sueño. 

domingo, 28 de abril de 2013

Misión espacial


Candela quiso que subiéramos corriendo las angostas escaleras de aquella finca vieja del centro de la ciudad. Ella tenía prisa quizá porque, también como yo, sentía crecer una cierta oscuridad envolviéndonos a cada paso que dábamos. Perseguíamos un foco que se desplazaba escaleras arriba y vomitaba a su paso una ténue luz, que sin saber por qué habríamos calificado de sucia. El camino que íbamos dejando atrás quedaba arrasado en silencio a medida que los fotones desaparecían por completo del conjunto de aristas que conformaban la escalera (se apagaban como pequeños átomos visibles de energía del mismo modo en que la pantalla de un ordenador en reposo disminuye la intensidad del brillo de la misma hasta quedar negra)
Esa fresca claridad característica de las últimas horas de la tarde nos dio la bienvenida al apartar a un lado la puerta metálica al final de la escalera. Ya en la terraza, observamos justo a tiempo, el transbordador espacial despegando hacia Fobos, mientras sentíamos sobre la piel la lluvia de parafina desprendida de los motores a medida que, consumiéndose el combustible, se iba generando.
En ese mismo instante, alguien desde Múnich observaba el vehículo espacial gemelo despegar exactamente al mismo tiempo rumbo a Deimos; después de una cuenta atrás con tantos números como escalones desaparecían en una dramática subida a la terraza de la finca más vieja del centro económico de la Neo-República Alemana del Este.

miércoles, 3 de abril de 2013

La Pasarela

Estás en una ciudad de vacaciones abandonada y es invierno. La gente va muy abrigada aunque tú solo vas con una camisa y no tienes mucho frío. Hay bastante gente y no sabes por qué, aunque de todas formas tampoco sabes por qué estás tú aquí. Te acercas a donde hay mayor acumulación de personas y resulta que están congregados alrededor de una especie de pistas para patinaje sobre hielo pero muy pequeñas, unidas entre ellas y que tienen un poco de profundidad. Detrás de la más grande hay un púlpito de caoba y un señor revisando unos papeles, la gente parece muy expectante. Detrás, a la derecha - su derecha -, hay unos vehículos pequeños que parecen autos de choque, hay de dos colores; rojo y azul. Parece que se vaya a disputar alguna partida:

 - Los jugadores oficiales no han podido venir - Empieza diciendo el hombre del púlpito y se oyen quejas de los asistentes - Pero no os preocupéis, vamos a sortear los puestos de juego entre los asistentes.  - Su mirada se posa en la tuya un segundo y vuelve a sus papeles.

Empieza a nevar con intensidad, pero tú sigues sin tener frío:

 - Los elegidos para los puestos de juego son... - Empieza a decir nombres que no te suenan de nada. De la muchedumbre se van alejando personas en dirección al púlpito y comienzan a vestirse con unos monos de esquí azules o rojos. De repente oyes otro nombre que no te suena de nada, pero el hombre del púlpito de caoba te mira fijamente así como todos los asistentes que se giran en tu dirección y te dicen:

 - Ese eres tú, chico.

Ese no eres tú, definitivamente, o por lo menos no es tu nombre habitual pero vas de todas formas porque cada vez te intriga más todo esto, no sabes lo que está pasando pero quieres ser parte de lo que quiera que sea. Una vez detrás del púlpito ves a los demás jugadores, una señora mayor de unos setenta años te está extendiendo un mono azul como el que ella lleva, y tú lo coges:

 - Yo he venido aquí con mi marido - Te dice mientras metes la pierna izquierda en el camal izquierdo - Joaquín, ven, mira, uno nuevo para nuestro equipo. - El marido te extiende la mano y tú se la das- Es una suerte que nos haya tocado en el mismo equipo de... - duda - de lo que sea.
 - ¿No saben a que vamos a jugar? - Preguntas
 - No, pero eso es lo divertido, a la aventura. - Crees que, probablemente, está mujer puede ser algún tipo de proyección de tu madre.

Se oye una bocina bastante desagradable y os metéis en los coches con el casco a juego puesto. Os dirigís hacía las pistas muy despacio y una vez allí os quedáis quietos, parece que nadie sabe qué demonios está haciendo o a qué demonios está jugando. No se ve a nadie fuera de las pistas, pero levantas la mirada y están a unos metros del suelo en una cámara flotante mirando atentamente lo que vaya a ocurrir en las pistas. Cuando pasan un par de minutos se impacientan y comienzan a murmurar y a comentar:

 - ¡Que empiece ya, que el público se va! - Comienzan a corear.

Todos los jugadores os miráis y miráis al hombre del púlpito y la señora le dice:

 - Pero esto ¿Cómo va?

El hombre, que ya estaba sonriendo, ensancha aún más la sonrisa. Un niño rojo decide arrancar y embiste a un niño azul, sobre la cabeza de este último aparece un holograma con tres rayitas y una bomba, la primera rayita se desvanece. Todos lo comprendéis y empezáis a huir los unos de los otros, arrancáis y os alejáis. Está permitido salir de las pistas, o eso parece porque en cuestión de segundos la gente está explorando todo el mapa de la ciudad. Vas en tu vehículo y, de pasada, observas a la anciana llorando encima del volante, sobre su cabeza el holograma de la bomba parpadeando. Y adiós anciana.

No sabes cuanto tiempo ha pasado pero oyes en los altavoces del recinto la voz del hombre del púlpito diciendo:

 - Solo quedáis tres, sólo puede quedar uno.

Ves a un niño japonés con un coche rojo, su holograma tiene una rayita y una bomba, entonces desde detrás de él aparece una chica sin casco pero con traje azul que lo embiste. Y sayonara chico japonés. Su mirada se cruza con la tuya. Solo puede quedar uno. 

Es tan hermosa, el pelo rubio larguísimo mecido por el suave y gélido viento, su nariz respingona y sus ojos de cielo. Y piensas en si te dará tiempo de besarla antes de matarla o de que te mate. Os quedáis quietos mirandoos el uno al otro durante unos largos segundos:

 - Ronda final. - Gritan los altavoces.

El vehículo comienza a transformarse, ahora son unos patines de linea azul oscuro, te los pones y levantas la mirada para buscarla y ahí está, uno de sus patines se ha quedado atrapado bajo una de esas raíces que quiebran la tierra desde abajo y sobresalen. Te levantas y te acercas a ayudarla, ella te ve como una amenaza, se quita el otro patín y va corriendo hacia una especie de pasarela, un pasillo interminable de tierra batida bordeado por unos altos setos, cada cincuenta metros hay un arco hecho con el seto que sirve de entrada a una pequeña plaza de la que se sale atravesando el arco-seto que hay al otro lado. No puedes girar a la derecha, no puedes girar a la izquierda. Recto hasta el infinito. A medida que vais avanzando, ella descalza y tú con patines, la pasarela se empieza a llenar de gente, crees que son los espectadores bajados de la máquina flotante, la pasarela se atesta de gente y la chica se aleja cada vez más, ahora mismo ni siquiera estás pensando en el juego, o en matarla o en que te mate, sino en conocerla, en besarla, en estar con ella. Y ese misterioso público que te da la sensación de que se va repitiendo en cada tramo de pasarela parece que se entera de lo que estás pensando y empiezan a comentar:

 - No me gusta para ella, seguro que no sabe lo que es Szeire
 - Ya, y es su juego favorito.
 - Ya, mira que es friki ¿Eh? Jaja, Szeire, un juego de rol con animales, hay que ver.
 - Bueno, en su defensa hemos de decir que tampoco está tan viciada.
 - Y que aún es pequeña.
 - Eso también, muy pequeña para él.

Son dos niñas rubias las que hablan, parece que la conocen muy bien, crees que son amigas suyas. Ella sigue corriendo descalza y de vez en cuando se gira para ver a que distancia estás, ni siquiera parece fatigada, pero sí asustada. Muy pequeña para él. No pienses en la edad que tiene piensa en que ha matado a un japonés a sangre fría.

Parece que puedes atisbar el fin de la pasarela, y ves que, unos diez metros después, hay un acantilado y piensas: ¿Y si no lo ha visto? ¿Y si sigue corriendo después de la pasarela y se cae por él?

La audiencia exclama un ¡Oh! al unisono. Ella gira su cuello y te mira, le caen un par de lágrimas, bueno, muchas lagrimas, te sigue mirando y sigue corriendo pone un pie en la línea en la que acaba la pasarela y entonces solo diez metros la separan de un acantilado, sigue sin mirar al frente y resbala. Resbala nada más salir de la pasarela, se cae de boca en la nieve a escasos metros del borde del abismo. Sigues corriendo hacía ella:

  - Podré salvarla - Piensas.

Llegas al final de la pasarela, ella se está levantando, la gente ha hecho un corro detrás de ti para contemplar mejor la escena, te acercas a ese joven cuerpo que está haciendo esfuerzos por levantarse y de pronto se gira, se tumba boca arriba en el suelo y te tira una bola de nieve a la cara, una nieve extraña, es el mismo tipo de hielo picado que has visto hasta ahora pero se te queda de algún modo pegado a la piel, lo poco que tardas en despejarte la cara es tiempo suficiente para que ella se levante. Y está de pie a poco más de metro escaso, con cara de duelo de western y una bola de nieve en la mano, ahora se aprecia mejor lo joven que es, sin embargo con esa mirada de sentencia de muerte y esa actitud de femme fatale de película de los cuarenta no puede sino enamorarte todavía más:

 - No quiero matarte. No voy a matarte. Yo... - dudas.
 - ¡Que dice que le gustas! - Dicen sus amigas entre risas.

Arruga la nariz y desde detrás de ella salen unos animales como modelados por ordenador, un tigre, un oso panda, una especie de águila y otros que no puedes ver bien, parece que solo están esperando a una señal suya para abalanzarse sobre ti:

 - Szeire - Recuerdas en voz alta.

Los animales desaparecen tal y como han venido, ella desfrunce el ceño, ladea ligeramente la cabeza sonríe y te mira. Te lanza la bola de nieve bombeada, como para que la cojas, como señal de armisticio. Y tú la coges, claro, y la miras y la tiras al suelo. Y ella se acerca a a ti con una sonrisa emocionada como si comprendiera en este mismo instante el indescriptible cariño y deseo que sientes por ella y apoya su cabeza en tu hombro y tu la rodeas con tu brazo derecho. Y volvéis por donde habéis venido, ya no nieva. Vais caminando hasta el principio de la pasarela mientras sois ovacionados por el público y por los jugadores, que han vuelto a la vida. Al principio de la pasarela te encuentras con tu profesora de historia del arte fregando unos platos:

 - ¿Qué? Al final ha ido todo bien ¿No? - Te pregunta.
 - Sí, todo bien - Contestas.

Salís de la pasarela y en el púlpito ya no hay nadie y miras a tu chica y te besa.

Y te despiertas.