Sueño.

(Del lat. somnus).

1. m. Acto de dormir.

2. m. Acto de representarse en la fantasía de alguien, mientras duerme, sucesos o imágenes.

3. m. Estos mismos sucesos o imágenes que se representan.

domingo, 23 de junio de 2013

La Prueba

Miras a tu alrededor y parecen los años cuarenta. O los años setenta. Hay una especie de mezcla. Aunque sabes que sigues estando en la época actual.

Estás en un supermercado y las trabajadoras llevan peinados y atuendos más característicos de modas de otrora. En las estanterías casi lo único que ves son cajas como de cereales y latas de sopa. Vas avanzando lentamente por los pasillos apoyado en tu carrito, llevas sombrero y gabardina y estás esperando a alguien, alzas la vista y

Apareces en un bar, una taberna oscura con música descorazonadora. Ventilador en el techo y borrachos en la barra. Estás en una mesa con dos amigos tuyos, al principio no te fijas mucho en ellos, pero luego caes en la cuenta de que uno de ellos te resulta familiar.
 - ¿Celino?
 - Jajaja, no, me confunden mucho con él. Soy un amigo suyo, de su pueblo, he oído que eres un gran fan suyo.
 - Algo así.
Y, también, caes en la cuenta de que la música descorazonadora que estruja las paredes y a los parroquianos es de Celino.
 - ¿Qué van a tomar?
No lo sabes, la carta solo tiene nombres completamente extraños y no pone qué es ese plato o que lleva; y por supuesto no hay nada en «Billy Swanee's Car Accident» para saber que es una hamburguesa completa.
 - Y para él un Murder in the woods.
Ese él eres tú.
 - ¿Qué será un asesinato en los bosques? - Te preguntas.
Das una barrida visual a las personas de la barra y no reconoces a nadie, tras la barra, sirviendo, hay un camarero sacado de una película de Bogart y una joven japonesa sacada de una película de Wong Kar-Wai. Y como un rumor lejano te llegan las palabras de la conversación de los dos compañeros de mesa que tienes.
 - Cuando yo estaba vivo solía ir a un bar parecido a este. En mi pueblo claro, a veces iba con Celino, bueno, a veces iba y Celino estaba allí también, mejor dicho. Celino pasaba buena parte del tiempo metido en lúgubres tugurios, y después te hacía está música que oís, tan pura, tan llena de luz. Su música era la embajada de la belleza en su vida.
Te traen tu asesinato y ves que no es mucho más que un par de piezas de pollo empanado, patatas hervidas cortadas en rodajas y algún tipo de frutas irreconocibles, amargas y de pequeño tamaño.

Mientras esos hombres hablan empiezas a jugar con la comida, parece que vas un poco bebido, pero hasta donde recuerdas no has tomado una sola copa. Consigues, de algún modo, que una de las piezas de pollo quede erguida, vertical, sobre el plato. Divides la otra pieza de pollo longitudinalmente para hacer de contrafuerte a la pieza principal. Y entonces recuerdas una historia que te contaba tu madre hace años:

Cuando yo era joven, muy joven, aquí la policía era el mayor miedo de la ciudadanía. Te acusaban aleatoriamente de delitos que no habías cometido y tenían un método para que confesaras. Yo he contemplado ese número más de una vez, pero nunca he tenido la desgracia de sufrirlo. Verás, se acercaban al sospechoso y le decían: 
 - Fulanito de tal, eres un puto ladrón de mierda y te vas a venir con nosotros.
 - Pero si yo soy inocente. - Solía contestar el acusado, y solía ser cierto.
 - ¿Ah, sí? Pues te haremos la prueba. 
 - No, la prueba no, soy inocente, lo juro.
La prueba consistía en plantar un truño sobre el plato y que el acusado le diera un bocado y se lo tragara, después de eso tenía que volver a decir cómo se declaraba, si inocente o culpable.
 - Si vuelves a decir que eres inocente después del primer bocado, tendrás que darle un segundo bocado y reconsiderar tu declaración. Si te sigues considerando inocente, tienes un tercer bocado. Pero amigo, si llegas al tercer bocado te creeremos hasta que eres Napoleón Bonaparte en traje de chaqueta.
Nadie solía llegar al tercer bocado.

Prosigues en tu escultura gastronómica cuando las puertas del bar (ahora medio-convertido en saloon del viejo oeste) se baten. Entran un par de policías con un papel en la mano y riendo entre ellos.
 - Aquí tenemos un inmigrante ilegal.
El amigo de Celino suda.
 - Trabajamos para erradicar todo crimen o acto ilegal; y además, tampoco somos especialmente amigos de los inmigrantes. Así que no podemos dejar pasar por alto esto más tiempo.
El barman no dice nada, ni los mira, se queda limpiando vasos y mirando al suelo.
 - Tranquilo. - Te dice tu amigo.
Los policías miran una a una a todas las personas del bar varias veces. Mirada que finaliza en tus ojos.
 - Tú, chaval, el de la camisa blanca y la ralla al lado, sácanos el identificador.
No sabes de qué hablan.
 - No sé de qué hablan.
 - ¿Qué? El identificador, el documento de identidad, la puta tarjeta con tu cara y tus datos.
Sabes que no tienes El Documento pero aún así hurgas en tu bolsillo trasero con la esperanza de encontrar algo.
 - No lo llevo encima.
 - Es amigo mío, viene conmigo, es buena gente, un poco despistado, nació en está misma calle, en el hospital de más abajo. - Dice tu amigo golpeando la mesa con su identificación de color azul.
 - ¿Ah, sí? Pues entonces no tendrás ningún problema en hacer la prueba ¿No?
 - No va a hacer la puta prueba.
 - Pues se viene con nosotros.
Antes de que nadie más pueda decir nada más te cambian tu plato por un zurullo humeante que te provoca unas cuantas arcadas.
 - Si eres inocente, la verdad y la sinceridad de tu alma te imbuirá de fuerza suficiente como para comerte todo el truño entero sin que tus fuerzas flaqueen. Así que tranquilo.
Lo miras y miras a tu alrededor buscando una salvación. El amigo de Celino te mira con pesar. Entiendes que él es el ilegal.
 - No me pienso comer esto.
 - Pensaba que habías dicho que eres inocente.
 - Sí, pero...
 - Pues come.
Haciendo acopio de fuerzas te vas acercando lentamente hasta el nuevo plato en el menú de tu infierno personal. Llegas a notar los vapores.
 - Espera. - Grita el amigo de Celino.
Se levanta, se acerca a la barra y tira contra la misma una identificación marrón. Si es marrón indica que es algún tipo de permiso provisional caducado, es decir, que estás viviendo aquí de forma ilegal.
 - Muy bien, un puto héroe. De la que te has librao cabrón. - Te dice el policía.
Esposan a ese hombre y se lo llevan.

Hay unos segundos de silencio y quietud en el antro, pero pronto se reactiva la marcha normal del mismo, los de la mesa del lado vuelven al póker, la música vuelve a sonar y el ventilador vuelve a mover lentamente sus aspas.
 - Tío, me voy a ver qué demonios puedo hacer para sacarlo de ahí. - Te dice tu amigo, y eso te hace recordar que es abogado.

Estás solo en ese bar y por lo visto cada vez más ebrio. Pero aún así te levantas a la barra y le dices al camarero.
 - Dame un tiro de lo más fuerte que tengas.
 - ¿Lo más fuerte?
 - Lo más fuerte.
Se va hacia el otro extremo de la barra y saca una botella negra un poco más voluminosa que una botella de vino. En la etiqueta se puede ver una sola cosa escrita, la palabra «Ignición».
Saca un vaso de chupito y pone dos gotas. Coges el vaso y lo bebes de un sorbo. En tu boca se siente como denso, como sedoso, es como un gel más que como un alcohol. Pero está bueno. Bastante bueno.

La japonesa te guiña un ojo.
 - Podría hablar con ella. - Piensas.

Tarde.

Te despiertas.

miércoles, 5 de junio de 2013

Hegel

Yo era niebla. Era niebla en el mundo. Era en el mundo, estaba en él y era niebla. Yo era-en-el-mundo niebla muy densa. Niebla muy amplia. El mundo entero quedaba cubierto por la niebla que yo era. Y de repente: era niebla consciente. De ser niebla pasaba a saber que era niebla. Era niebla consciente de ser niebla. Niebla autoconsciente que todo lo abarcaba: sabía que era niebla y en la niebla estaba todo. Todas las cosas estaban en mí y yo era una sola cosa. Todas las cosas eran una sola cosa. La multiplicidad estaba en la unidad, la unidad en la multiplicidad. Todo era uno, todo era yo, todo era consciencia, yo era autoconsciencia, era todo y uno, niebla, lo absoluto y lo particular. Y de pronto caía en algo: había comprendido el Espíritu Absoluto hegeliano. Yo era el Espíritu Absoluto de Hegel.

Despertar fue raro.

Nota: Este sueño no explica en absoluto la Fenomenología del Espíritu de Hegel.

Fui yo

El sueño comienza contigo enterrado hasta las rodillas en un descampado de un pueblo pequeño. Estás enterrado a la altura justa para poder flexionar las rodillas de tal modo que puedas sentarte en el suelo. La tierra que aprisiona tus piernas no es demasiado compacta así que podrías liberarte de ella con poco esfuerzo. De momento no te preocupa.

De pronto notas un cosquilleo extraño en tus pies y unos pinchazos. Insectos. Puedes verlos a través de la tierra y te producen mucha aversión. Nerviosamente mueves tus piernas intentando sacarlas, lo cual no es tarea difícil, pero cuando las sacas te ves cubierto de insectos que intentas apartar a manotazos y luego rociándote las piernas con una manguera que oportunamente ha aparecido a tu diestra. 

Una vez limpio y un tanto turbado te montas en una bicicleta negra de paseo y pedaleas por ese pueblo grisaceo. Es un lugar curioso. De colores muy apagados, parece que hay una neblina en todas las cosas, podría ser un paisaje de la campiña inglesa. Tal vez basado en películas como Submarine o El Irlandés. Aunque todo está muy descuidado como si no viviera nadie desde hace mucho tiempo. Y desfilando por las calles con tu bicicleta no avistas una sola alma ni de hombre ni de animal. Solo vegetación. Como si hubiera vencido de algún modo. Sin embargo al doblar una esquina ves una gran aglomeración en la puerta de lo que parece un cine de barrio, todos llevan la misma chaqueta negra de nylon. Y en ese momento te das cuenta de que tú también llevas una chaqueta de nylon negra, pero no hace frío, ni calor, no hace nada. Ni siquiera corre el aire o se nota humedad. Solo la débil niebla. 

Bajas de la bici y vas andando con ella hasta la entrada del cine y todo se vuelve completamente familiar, no como si hubieras estado allí antes sino como si supieras exactamente lo que tienes que hacer y a donde tienes que ir, como una ciencia infusa. Entras en el cine dejando la bicicleta tirada de cualquier manera a la entrada. 

Una vez en la minúscula sala ves que no hay casi nadie y te sientas más bien centrado. Las puertas de emergencia están abiertas de forma que se ven unos muritos hechos polvo sobre los que se desbordan plantas trepadoras y magníficos helechos. Incluso el cine está descuidado con la pintura desconchada, el suelo manchado y los asientos raídos. Hasta parece que ha empezado a brotar algo por las esquinas de la sala. Es como un pueblo abandonado-habitado. 

Te quedas mirando hacia una de las salidas de emergencia porque hay algo escrito en el murito pero está parcialmente tapado por la trepadora dificultando sobremanera su lectura. Entonces.

 - Hey ¿Qué haces aquí? A ver la peli ¿No?

Aparece una chica bastante atractiva que conoces sonriendo y fumando, lleva tu misma chaqueta.

 - Sí, bueno, no sé que película echan realmente.
 - Ah, siempre es lo mismo, son como escenas ¿Sabes? Inconexas y tal. Son cintas que se encontraron en un sótano de por aquí, alguien grabó el pueblo una y otra vez. Aparecen diferentes lugares a diferentes horas. A veces sale gente, a veces nada. A veces se oye música. Todos empiezan con una escena del descampado y acaban con una escena de la vista aérea del pueblo. Son escenas muy cortas ¿Sabes? Como si hicieras zapping por el pueblo. Todas con cámara fija. Vamos por la cinta trece.
 - ¿Cuántas hay?
 - Cincuenta o así.
 - ¿Y quién las grabó?
 - Ni idea, nadie lo sabe, la casa donde se encontraron estaba abandonada desde los sesenta y las cintas son, como mucho, de hace diez años.
 - Pero...
 - Shh, que ya empieza.

Las luces se apagan y la película empieza a rodar, entra una tenue luz desde las puertas de emergencia. Y ahí está, la primera escena: El descampado en el que estabas enterrado hasta las rodillas. Intentas mirar la película o lo que sea eso, pero no puedes dejar de mirar el murito, necesitas leerlo. Así que te levantas.

 - Disculpe, lo siento, tengo que salir.

Y a medida que te acercas a la salida una extraña sensación se apodera de ti, como si llegaras tarde a un sitio. No solo como si llegaras tarde, sino como si, además, no tuviese remedio. Como si ya nada tuviese remedio. Siguen las escenas del pueblo estampándose en la pantalla, el zapping, ahora suena una música, una pieza clásica que te suena mucho pero no consigues distinguir. Ya estás fuera de la sala y te acercas al murito, apartas con una mano la verde trepadora que tapa el mensaje, está un poco borrado, seguramente por el paso del tiempo, pero aún se puede leer perfectamente.

«¿Lo de las cintas? Fui yo.»

Reconoces tu letra.

Te despiertas.